Un verano inolvidable



Este es el cuento que ha escrito Eduardo Nieto, alumno de 6º. Se titula «Un verano inolvidable«:

Me desperté y miré mi reloj, encendí la luz y vi qué hora era. Eran las 8 de la mañana y no recordaba nada: no sabía dónde estaba ni por qué estaba en ese sitio. Entonces lo recordé: había venido de vacaciones a la Comunidad Valenciana con mi familia, a jugar un torneo de fútbol en la playa. Por si no me he presentado, mi nombre es Zack Martins, vengo de Girona y voy a tercero de primaria. Mientras pensaba esto, de repente se abrió la puerta y apareció mi hermano Mikel. Mikel tiene 3 años y es un poco tonto y a veces me molesta mucho, pero sé que muy, pero que muy muy dentro de mi corazón, él es mi hermano y le quiero.

—Tato ser mu dormilón —dijo mi hermano, que por si no lo he mencionado no sabe hablar muy bien.
—Claro, duermo mucho porque si no, el monstruo de debajo de la cama me comerá —le mentí yo.
—A ver Mikel, ¿a qué hora te has levantado? —le pregunté.
—Hae mucho —me contestó pensativo.
—¡Mikel, pero eso es terrible! Ahora el monstruo de debajo de la cama vendrá y te comerá —le dije.

Después de esto mi hermano se fue corriendo de la habitación, supongo que a la habitación de papá y mamá. De repente noté la paz que había siempre que mi hermano Mikel salía de una habitación. De un salto, me levanté de la cama y fui a ver la televisión. Para mí la tele es una pérdida de tiempo, más que todo porque en mi casa la antena capta pocos canales, pero como la televisión del hotel captaba incluso los canales de pago, era un lujo sentarse y ver la televisión. Cuando ya habían pasado aproximadamente treinta minutos, mi padre se levantó. En mi opinión mi padre madruga mucho –como yo-, pero creo que mi madre duerme demasiado y da miedo despertarla, porque de normal se levanta con el pie izquierdo.
Para las 11 y cuarto ya había desayunado y hecho los estiramientos para los 4 partidos de fase de grupos que me esperaban a las 12 en punto. De repente oí un estruendo fortísimo. Miré por la ventana y vi que un coche había chocado en un cruce con un camión. También vi que esa mañana hacía un sol increíble y se podía ver todo el cielo azul sin nubes. Hacía un día tan bueno que todo el mundo estaba dando un paseo con su perro o haciendo ejercicio corriendo.
Cuando ya había pasado un minuto, mi madre se levantó cabreadísima, porque aparte de que ella no suele dormir muy bien fuera de casa, por el golpe se había asustado y había golpeado sus gafas, que estaban encima de la mesa al lado de la cama. Para empeorarlo todo, Mikel había dejado una botella de agua encima de esa mesa y había caído sobre la cabeza de mamá. Rápidamente cuando la vi me senté en el sofá, cogí un libro y empecé a leer como si nada. Mientras estaba fingiendo leer pude ver la no cara de alegría ni de felicidad de mi madre. También me pregunté cuánto había llenado la botella de agua mi hermano, porque parecía que mi madre se había tirado a una piscina. Menos mal que mi padre llegó a tiempo para decir que nos teníamos que ir al partido, así que me salvé por la campana.
Cuando llegué me cambié de ropa, me puse la equipación y salí al campo a empezar a jugar. El campo era normal, solo que era un poco más pequeño que el de Girona, pero eso era una ventaja. El primer partido no fue muy difícil, tampoco lo fueron el segundo ni el tercero, los ganamos los tres. Cuando llegó el cuarto partido estaba exhausto, aunque el campo era pequeño habíamos corrido mucho. Sabía que había que ganar o empatar este partido, y aunque el partido fue un poco más difícil conseguimos empatarlo. Estábamos clasificados para las semifinales.

—Enhorabuena a todos, chicos. Habéis jugado muy bien aunque hayáis empatado el último partido —dijo Carlos, el entrenador.
—Recordad que mañana hay entrenamiento y haremos una serie de juegos físicos. Aparte mañana a las seis y media es el partido de las semifinales, os veo mañana —dijo Carlos antes de irse.
—Nos vemos mañana —contestamos mis amigos y yo a coro.

Dicho esto fui con mi padre al coche y empezó el viaje de 15 minutos. Mi padre y yo mantuvimos una conversación en el coche sobre el partido y el colegio.

—¿Qué te ha parecido el balón con el que habéis jugado? —preguntó mi padre.
—Bien, pero estaba un poco más blando que los de Girona —contesté yo.
—Recuerda que tienes deberes que hacer y que el colegio empieza en 4 semanas —dijo mi padre.
—Vale, pero creo que el colegio es una cárcel y un castigo terrible —dije yo.
—Ya, ya sé que para los niños el colegio no es diversión, pero en el cole puedes encontrar amistad —dijo mi padre.

De camino a casa volvimos por otro camino y pasamos por dos paisajes increíbles. En el primer paisaje pude ver el mar y la playa con su bonita arena. También vi algo muy, pero que muy extraño: vi a dos equipos de 4 personas cada uno jugando a baloncesto, mientras una chica cantaba una música muy extraña. La verdad es que esa chica cantaba tan bien que me dieron ganas de tirarme del coche y empezar a cantar y bailar con ella. En el segundo paisaje había muchas flores de bonitos colores, muchísimas mariposas y un ambiente de naturaleza. Hablando de flores, en el segundo paisaje sobre todo pude ver una flor rarísima llamada narciso. Entonces mi padre se acordó de una leyenda.
—¿Quieres que te cuente una leyenda, Zack? Va sobre el narciso —me preguntó mi padre.
—Vale —contesté yo muy entusiasmado.
—Se llama la leyenda del narciso. Érase un joven que se llamaba Narciso e iba a contemplar todos los días su belleza al lago. Estaba tan fascinado consigo mismo que un día se cayó dentro del lago y se murió ahogado. En el lugar donde cayó nació una flor a la que llamaron narciso. Cuando Narciso murió llegaron las hadas del bosque y vieron al lago llorando.

—¿Por qué lloras? —preguntaron las hadas.
—Lloro por Narciso —dijo el lago.
—Ah, no nos asombra que llores por Narciso, eras el único que podías contemplar su belleza de cerca —dijeron las hadas.
—¿Pero Narciso era bello? —preguntó el lago.
—Pues claro, ¿no lo sabías? Eras el único que podía contemplarlo —dijeron las hadas.
—Yo lloro por Narciso pero nunca me di cuenta de que fuera bello. Lloro por Narciso porque cada vez que se inclinaba sobre mi orilla yo podía ver en el fondo de sus ojos reflejada mi propia belleza.

A mí esta historia me pareció muy bonita, pero me siento mal por el pobre Narciso. La verdad es que creo que morir ahogado no es buena opción. También creo que el lago era muy presumido como Narciso. Pero bueno, cambiando de tema, cuando llegué a casa empecé a comer. Para hoy tenía pasta (espaguetis) y carne con patatas. Cuando terminé, empecé a jugar a la consola y después me pasé al ordenador. Pasé toda la tarde jugando y aunque mis padres piensen que las consolas no son buenas, yo pienso que aprendes mucho con ellas, como orientarte en un mundo perdido y como disparar bolas de fuego. Después de esto me fui a la cama pensando en el día siguiente y en qué pasaría mañana.

Al día siguiente me levanté a las 10 en punto aproximadamente, y recordé un sueño que acababa de tener, iba sobre mí. En el sueño yo vivía con una chica en un iglú y para tener los estómagos calientes comíamos pizza bien calentita. Cuando se terminó sentí una alegría por haber tenido un sueño tan bonito y pensar que a lo mejor era una visión de dentro de 30 años. Aparte de eso hoy teníamos un entrenamiento después de comer a las 3 en punto. La verdad es que en estos torneos cada equipo hace solo un entrenamiento, pero bueno, eso da igual. La verdad fue que me levanté con un dolor en el músculo esternocleidomastoideo o el músculo del esternón. Seguramente me dolía por haber dormido en una mala postura. Por la mañana mis padres estuvieron discutiendo porque mi hermano Mikel había tirado las zapatillas de casa de mi madre por el balcón y alguien abajo se las había llevado. El caso es que mi madre pensaba que había sido una inocentada firmada por mi padre. La verdad mis padres a veces tienen discusiones o debates, como los llaman ellos, pero bueno, en el amor no todo son cariños siempre, siempre hay discusiones. Lo siguiente que hice fue ir a mi cuarto a hacer los deberes hasta la hora de comer, saqué mi estuche y pensé en cómo sería ir a bachillerato dentro de tanto tiempo. ¿Sería difícil o fácil?

Después de comer fui a despedirme de mi hámster, que por cierto se llama Lucas, y salí de casa a la calle a buscar el coche. Había llovido mucho y justo cuando salía de casa para ir a entrenar pude ver un amplio arcoíris. El entrenamiento fue duro: corrimos mucho, aprendimos muchas tácticas y cómo marcar a los contrarios. Después del entrenamiento nos fuimos al partido, aunque aún faltaran 2 horas, porque eran las 4 y media. Era mejor ir antes para ahorrarnos un viaje en coche, el de ida a casa, y así por lo menos tendríamos 15 minutos menos de viaje al campo.
Cuando ya eran las 6 y media empezamos el partido. Fue difícil, pero en la primera parte íbamos ganando 0-2. Carlos, nuestro entrenador, nos dio una charla y que usáramos lo que habíamos aprendido. El partido se puso difícil y nos marcaron un gol. Íbamos 1-1 y no podíamos dejar que nos marcaran, así que yo en un córner fui desde atrás, rematé y marqué. Fue muy emocionante. Cuando llegué a casa estaba cansado. Entonces fue llegar a casa, cenar y recibir la enhorabuena de mi madre, pero no de Mikel, que dijo que podría haberlo hecho él con los ojos cerrados y con su pierna mala. Dejadme deciros que el bicho de mi hermano siempre quiere ser mejor que los demás.
Al día siguiente estuve toda la mañana obsesionado con la final. Sabía que podíamos ganar, pero no estaba seguro. Cuando eran las cuatro de la tarde llegó la final. Todos, mi padre, mi madre y mi hermano, que casi se rompe un brazo porque se había agarrado a la puerta y mi padre tiró con todas sus fuerzas. Y anda que no tiene fuerza el condenado de mi hermano, porque tuvo que venir mi madre también a sacarlo de la puerta.
La final empezó, y empezó con 2 goles de los contrarios. Pero Álvaro, mi compañero de equipo, se fue de tres, tiró y marcó desde fuera del área. Hasta la segunda parte el partido estuvo muy empatado y hubo muy buenas actuaciones de los dos porteros. En la segunda parte los dos equipos salimos muy motivados. Todos sabíamos que un gol lo podría cambiar todo. Andrés, mi otro compañero, tiró y marcó. Cuando solo quedaban 3 minutos todos estábamos cansadísimos, pero a mí todavía me quedaban fuerzas. Con todas las fuerzas que me quedaban corrí como un rayo, tiré y pegó en el larguero, pero pude alcanzar el rebote y marqué.

Y esto fue el mejor verano de toda mi vida.

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